670665724 / 856132138 CITA PREVIA

Envejecer no es estar enfermo...

Prevalencia General

Los estudios epidemiológicos amplios realizados hasta el presente, arrojan unas cifras de prevalencia de trastornos mentales a partir de los 65 años que oscilan entre el 15 y 25%, con una frecuencia aproximadamente doble en la mujer respecto al hombre. La prevalencia aumenta de manera muy significativa en el medio residencial.

Los problemas de salud – sus pérdidas- aparecen muy ligados al fenómeno del envejecimiento hasta el punto de que una idea muy repetida es la que considera a la vejez como una enfermedad en sentido estricto. Se trata de un mensaje absolutamente falso pero muy introducido en el contexto de la sociedad, incluso dentro del colectivo de más edad. Erradicar ese concepto, no sólo dalso, sino que en si mismo conlleva un elemento de discriminación y una llamada a la resignación, supone un reto para quienes trabajamos en este campo.

Alzheimer

Fronto-temporal (Pick)

Vascular

Binswanger

Cuerpos de Lewy

Principales Sindromes Geriátricos.

Los trastornos relacionados con ansiedad son muy frecuentes en psiquiatría y en los ancianos pueden resultar difíciles de tratar. Acompañan a numerosos cuadros clínicos, tanto médicos como psiquiátricos, en ocasiones como síntoma principal, llegando a constituir síndromes específicos. La ansiedad no siempre se identifica como tal por quedar enmascarada en somatizaciones diversas, por no explorarse de manera adecuada, o por estar asociada a síntomas afectivos a los que se les concede más relevancia. La ansiedad constituye un estado emocional de malestar y aprehensión, con síntomas subjetivos y objetivos derivados de la hiperactividad de la función noradrenérgica, que se desencadena ante una amenaza potencial, real o imaginaria, hacia la integridad física o psíquica del individuo. Es una reacción de adaptación y de hiperalerta que se manifiesta con indicios físicos y psíquicos. Existe una ansiedad normal relacionada con un estímulo y proporcional a éste, que no afecta los rendimientos, y una ansiedad patológica desproporcionada al estímulo, en intensidad y duración, que repercute de diversas formas en la funcionalidad global. La ansiedad patológica aumenta la mortalidad, disminuye la calidad de vida, reduce los rendimientos de las funciones cognoscitivas, genera gran agotamiento, agrava los cuadros depresivos e incrementa el riesgo de suicidio.

La depresión constituye el trastorno afectivo más frecuente dentro de la psicopatología geriátrica. Su presencia disminuye la calidad de vida, aumenta las enfermedades físicas y acorta la semivida.

Epidemiología:

La morbilidad depresiva en el anciano alcanza aproximadamente al 10-15%. La depresión en mayores de 65 años sigue la proporción algo más elevada en mujeres. Se calcula que entre el 10 y el 45% de las personas de más de 65 años presentan en algún momento síntomas depresivos  En adultos mayores institucionalizados todas las proporciones se elevan, con un 12% de depresión mayor, lo cual se debe a la sensación de aislamiento, pérdida de autonomía, intimidad, autoestima o proyectos de futuro, de su ámbito y espacio habitual, adaptación al nuevo medio, sentimientos de minusvalía y vivir la institucionalización como un abandono. La depresión afecta alrededor del 50% de los ancianos médicamente enfermos o que se encuentran en unidades de medicina interna.

El delirium es un cuadro clínico que puede aparecer a cualquier edad, pero sobre todo en niños y ancianos. Estos últimos son más propensos a sufrirlo, por el propio proceso del deterioro cerebral, la frecuente enfermedad somática concomitante y las medicaciones que, a menudo se superponen.

El delirium tiene las siguientes implicaciones prácticas de vital importancia:
1. Generalmente es indicativo de un cerebro lesionado
2. Interfiere en el tratamiento que se esté realizando
3. Prolonga las estancias hospitalaria y la enfermedad
4. Pone en peligro la vida del paciente
5. Con regularidad deja secuelas de una lesión cerebral irreversible
6. Requiere una pronta intervención para disminuir, en lo posible, las secuelas cognoscitivas.

Según el DSM-IV, el delirium se define como una alteración de la conciencia y cambio en la cognición que se desarrolla lo largo de un breve período de tiempo. No es explicable por un cuadro demencial. Se desarrolla en horas o días, y su sintomatología es fluctuante a lo largo del día.

Para el diagnóstico se requiere de los siguientes criterios:
1. Alteración de la conciencia con dificultad para centrar, mantener o dirigir la atención
2. Cambio en las funciones cognoscitivas (déficit de memoria, desorientación, alteración del lenguaje o presencia de un trastorno perceptivo), que no se explica por la existencia de una demencia previa o en evolución.
3. La alteración se presenta en un corto período de tiempo (horas o días), y tiende a fluctuar a lo largo del día.
4. Demostración de que el cuadro es efecto fisiológico directo de una enfermedad médica.

La demencia es un trastorno cognoscitivo adquirido, debido a un proceso orgánico que afecta el cerebro por enfermedad médica directa, por efectos persistentes de una sustancia o por múltiples etiologías. Se trata de una alteración global que incluye pérdida de memoria y de otras funciones superiores, en comparación con su nivel previo, pero sin alterar la conciencia, así como una incapacidad funcional laboral que interfiere con las actividades sociales cotidianas.

Se calculan prevalencias entre 3,4 y 6%, con una distribución fuertemente afectada por la edad, de manera que la prevalencia es de 3% entre los 65 y 69 años y de más del 25% a partir de los 85 años. En general se considera que la prevalencia se dobla cada cinco años de edad. Entre pacientes institucionalizados la prevalencia oscila entre 12 y 65%, aunque hay que añadir que sólo el 20% de pacientes afectos de demencia viven en una institución (35). La forma más frecuente es la Enfermedad de Alzheimer, que supone entre el 60% y el 70% del total. Esta enfermedad afectaría a alrededor del 15% del conjunto de personas mayores de 65 años. En España hay cerca de 400.000 personas que padecen enfermedad de Alzheimer.

El rasgo central de la hipocondría radica en la preocupación y miedo a tener o desarrollar una enfermedad grave a partir de la interpretación personal de síntomas somáticos (APA, 1994). En el adulto mayor la hipocondría es uno de los trastornos somatomorfos más frecuentes, y representa un reto particular para su abordaje, diagnóstico y tratamiento, ya que en este grupo de edad, la comorbilidad médica no psiquiátrica y la presencia concomitante de otros trastornos psiquiátricos es muy elevada, por lo que es complejo distinguir a la hipocondriasis de enfermedades con una verdadera base orgánica. La mayoría de los pacientes que admiten cursar con tristeza o ánimo deprimido experimentan síntomas somáticos y preocupación hipocondríaca como una parte dimensional del cuadro afectivo. Los estresores psicosociales como la viudez, el aislamiento social, ingresos económicos reducidos, pérdida de libertad por condiciones de salud y crisis existencial, pueden generar en el adulto mayor una reacción hipocondríaca como parte de una respuesta adaptativa. El médico en la atención primaría, debe ser empático con el valor funcional de la hipocondría en el paciente geriátrico, ayudándolo a enfrentar la carga de enfermedad y el envejecimiento inevitable.

En los ancianos, los suicidios resultan más frecuentes que en otras etapas de la vida. Los intentos son menos, pero aumentan los consumados, sobre todo entre los varones. Los adultos mayores suelen comentar menos sus intenciones, aunque sus intentos son más letales que en los jóvenes. La depresión constituye la principal causa de suicidio, también a esa edad.

Factores de riesgo:

Tener más de 75 años
Ser varón
Aislamiento social
Ser viudo o divorciado
Enfermedad física concomitante y/o incapacitante
Dolor crónico
Consumo de drogas y/o alcohol
Enfermedad psíquica concomitante
Crisis de angustia
Síntomas de ansiedad
Agitación o insomnio
Historia de intentos previos
Conducta impulsiva.